martes, 27 de octubre de 2009

El último deseo


Lita se animó a pensar en su último deseo en la vida porque dos horas más tarde la muerte la convertiría en un cadáver.
Ella no sabía con cuánto tiempo contaba pero tuvo el suficiente para soñar despierta, aún despierta y desear.
Quién sabe si después de muerta no estaría más despierta o ya estaba empezando a despertar.
Deseaba tener una asamblea con todos los hombres de su vida en que cada uno pudiera reivindicar sus falencias. 5 minutos para cada uno. Blo la dejaría volar y respetaría sus ganas de estar en el aire. Mán dejaría de considerarla una niña para tratarla como una mujer. Nuel le confesaría que la había amado a pesar de tanta vertiginosidad en sus movimientos. Klin vendría a verla de una vez por todas. Liano le regalaría algo más que dos noches de amor desenfrenado. Ro la pasaría a buscar para ir al teatro. Ran la invitaría a ese café que nunca se bebieron. Ciano la haría vibrar una vez más pero de manera inteligente. Laides la besaría finalmente en la boca y Avo planearía una vida juntos. Y así pasarían 50 minutos para disfrutar la última hora y diez para la revancha. Aquella asamblea sería un harem, un harem de una sola mujer y un conjunto de hombres que habían tocado su corazón para amarla por última vez y que ella pudiera morir justo en la cúspide más alta de la orgásmica pasión, justo en la cima de la montaña del placer, justo cuando la admiración le chorreara el cuerpo y la hiciera sudar hasta el cansancio final.

martes, 20 de octubre de 2009

Amor farmacológico


Anna sabía que se trataba de un amor platónico, de esos que hacen sonreír hasta en los días sin colores. Paseaba de la mano de sus sombras cuando una vez más se inventó un pretexto para entrar a verlo. Una aspirina, un gelocatil, un angileptol, unos granitos en la frente, un medirse la tensión, tensión que no puede medirse con tensiómetro. Él, 29, ella, 31. Él con una sonrisa abierta y movimientos tímidos, pausas, intervalos de pensamientos, explicaciones profesionales, interrupciones, consejos y comentarios de farmacéutico de barrio. Ella como de ventanas al mundo, floreciendo en cada paso dado y desparramando seducción, segura, simpática y buscando comentarios que pudiesen alimentar un poco más a esa historia imaginaria, a esa ráfaga del día en que deseamos sentirnos amadas, admiradas o miradas por ojos masculinos.
Cuando Anna se sentía baja de moral entraba a su habitación, elegía un vestido, se maquillaba los párpados y salía a encontrarse con el sol de frente o con el aire en la cara y entonces pensaba en una buena idea para mimarse, en una linda manera de sentirse contenta y así conseguía darle de comer al alma y continuar sonriendo por tonterías. Había aprendido este lenguaje y a pesar de ser muy social a veces necesitaba estar consigo misma y con sus aventuras de la intimidad.
Creía que nunca pasaría a otra fase porque cada vez que se paraba en la plaza miraba hacia la farmacia y cuando estaba él tomaba fuerza y se animaba a entrar, sólo para regar sus ansias, sólo para observarlo, sólo para pensar que tendría sus cinco minutos de gloria, sólo para averiguar si la llamada que cogía en ese momento era de un amor verdadero o sólo de una historieta fugaz. Le intrigaba saber si ese hermoso corazón estaba ocupado, si ese rico bombón ya tenía destinatario, si alguna vez habría alguna oportunidad de saber algo más que lo que la intuición le hacía creer. Se había transformado en un desafío, en un juego de originales rutinas, en una chispa que nunca se sabe cuándo se encenderá.
Entró justo pisando en el sensor que hiciera abrir la puerta para verlo y escabullirse entre la gente para esperar su turno y ser atendida por él. Él sabía su nombre, qué cremas usaba, qué muestras le había regalado, cómo tenía la piel y qué reacciones provocaba el gel de Seba Med. Él sabía tan poquito de ella y ella con tantas ganas de ponerlo al tanto. Cuando le hablaba de las propiedades de una crema su imaginación volaba y pensaba en esas manos que en ese instante tenían su tarjeta de crédito acariciando su rostro, sabía que su piel terciopelo nunca había tenido tanta sed. Sabía que poseía sobrantes de nutrientes y una alimentación sana en sueños imposibles. Sabía que se le bajaba la tensión cuando estaba baja en autoestima y entonces visitaba al farmacéutico para que hiciera de azúcar o de jamón serrano para el alma.
Esperó su turno, respiró hondo, lo miró con ganas detrás de sus gafas y luego desplegó su mejor sonrisa para destapar sus ojos con sus lentes a modo de diadema. Ese día estaba más guapo que nunca, en su piel aún le quedaban los resabios del verano, de un verano de playas y vacaciones disfrutadas. Hubiera querido prolongar la estadía como en un hotel, pero se trataba de una farmacia en la que cuando uno acaba de comprar debe retirarse porque ya está el próximo cliente esperando. Aunque en esta farmacia uno no se siente un cliente, uno se siente un integrante más del barrio, una cara conocida, una sonrisa deseada, una mirada encontrada en el laboratorio de las ilusiones, uno se siente alguien, alguien que alguna vez se encontrará con alguien y recibirá la llamada, la caricia en el rostro y una invitación a sonreír sin ningún fármaco.

miércoles, 14 de octubre de 2009

El Born


Sábado por la noche. Eran casi las 02:00 de la madrugada del domingo. Caminábamos con Ale por el Born, uno de los barrios que en los últimos años se ha puesto de moda en Barcelona, característico por la majestuosa presencia de la iglesia de Santa María del Mar, callejones antiguos e infinidad de bares, restaurantes y boutiques de diseño. Nos acercábamos a un bar de copas que tiene el mismo nombre que el barrio, se llama El Born, cuando de repente nos confundió el panorama: camisetas de Argentina salían como entre los empedrados y los gritos de fuerza se respiraban en el aire, mientras una señora a nuestro lado nos ofrecía unas empanadas con acento argentino. Argentina jugaba uno de los partidos más importantes por las Eliminatorias 2009 para el Mundial de Sudáfrica contra Perú. Nosotras buscábamos la pizzería del Born, la pizzería de al lado, la pizzería argentina para comprarnos un alfajor de maizena, mientras el vendedor nos dejaba a media palabra para correr a ver el gol de los 90 minutos que le dio la victoria a Argentina en el bar de al lado, al que íbamos nosotras, cuando una guiri alemana nos preguntaba cuál era el de maizena, ella sólo conocía el de chocolate. Comimos el alfajor finalmente al son de la cantata popular “Vamos, vamos Argentina, vamos, vamos a ganar”. Acabábamos de salvarnos de la muerte de las ilusiones, acabábamos de resurgir como el ave Fénix y tan rápidamente volvíamos a soñar, a tener esperanzas y a creer que ganaríamos el próximo partido, todos los que siguieran y hasta el Mundial. Qué rápido vamos, qué tumultuosos somos, qué exitistas, qué entusiasmados. Tan de prisa como un flash el Born se convirtió en un reducto argentino. “¡Hola viejo! ¿Lo estás viendo? ¡Viste cómo se tiró Maradona a la cancha! ¡Qué grande Palermo! ¡Cómo sufrimos!”. Con Ale nos miramos como desconcertadas, habíamos tenido unos minutos de un viaje imaginario, un no saber dónde estábamos, un momento de argentinidad.
Entramos al bar, confirmamos el resultado con el bombón del camarero que también era argentino, que nos puso Los Piojos para terminar la noche y nos ofreció un platito de maní, una Quilmes y una pasta frola.

sábado, 3 de octubre de 2009

Manifiesto del desnudo


Uno se desnuda todos los días para ducharse, para cambiarse de ropa, para que lo revise el médico o para ir a dormir casi como un acto reflejo y de manera automática, pero el verdadero desnudo es el que realizamos pensando en el otro. En realidad el mejor desnudo es el que imaginamos: en negro, en blanco, de colores, con elegancia, desenfrenadamente, con sutileza, con la libido en el cielo, con desfachatez, con desparpajo, con entusiasmo, con libertad, con timidez, salpimentando según qué partes, descubriendo según qué rincones, sabiendo a dulce de leche y chocolate, sabiendo a fuego, sabiendo a juego, embriagando la cabeza con un alma que late y se endulza de nuevo. Dicen que entre comer y amar hay un límite muy estrecho, así que siempre cenar juntos es una buena manera de querernos, alimentando el cuerpo con el placer de disfrutar del sabor del encuentro y las buenas companías. Por eso una pasta, una pizza, una sonrisa, un alfajor, un mate, una alegría, un pensamiento, un buen regreso, un desnudarse por un rato, imaginar, estar completo.


Espero que os haya gustado y que cada uno elija cómo desnudarse frente al otro…

Dedicado especialmente para el Team Barcelona