A propósito del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE 2019)
desarrollado en Córdoba, Argentina desde el pasado miércoles 27 hasta el sábado
30 de marzo de 2019 y como cordobesa, argentina y residente en Cataluña desde
hace más de 15 años, defiendo el repudio de parlamentarios cordobeses al rey de
España Felipe VI por pertenecer a la monarquía como un sistema anacrónico que
se repite, que no suma, que permite atentados contra la libertad de expresión. Por darle la espalada a la posibilidad de elegir en el
referéndum del 1 O de 2017 y, mucho más grave, justificar descaradamente el uso
de la fuerza y la violencia de los órganos del Estado español durante ese
proceso para impedir lo que no se supo gestionar dialogando. También por permitir
el encarcelamiento y un juicio injusto y sesgado -todavía en marcha- de la
mayoría de miembros del ex gobierno catalán como presos políticos y enmarcar en
la “justicia” un conflicto que se debería haber resuelto en el ámbito político.
Pero -no por ello y aún teniendo reparos de cómo se gestiona la lengua
española a través de su principal institución como es la Real Academia de la
Lengua integrada por 478 hombres frente a 11 mujeres desde 1713 hasta la
actualidad y sin desconocer las marcas en el lenguaje que al universo femenino
nos deja relegado- como periodista, escritora y amante de las letras sostengo
que para Córdoba, para Argentina, para los casi 500 millones de
hispanohablantes y para el mundo entero este Congreso tiene un valor
incalculable.
La presencia de grandes personalidades de la cultura internacional que se
aglutinan en tres días sobre un mismo escenario para hablar sobre la lengua española y
del que verdaderamente me hubiera gustado mucho participar, así lo justifican. Además
de todas las actividades que acompañan desde la semana anterior este contexto
enriquecedor del festival de la palabra.
La lengua es una flor al sol que nos abre la puerta de otros mundos
intrínsecos por descubrir que siempre suman y dejan huella. Abramos nuestra
cabeza y nuestro corazón desde todas las latitudes para nutrirnos de sus
matices, más allá de los contextos que la utilizan para decir o no decir en
nombre de ella. Porque es un arma democrática en sí misma, porque es una
herramienta primordial para entendernos, porque es un vehículo facilitador de
cercanías.
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