Pensaba en cuánto encierra esta frase: “Vuelta al cole”.
En cuánto la deseábamos y en cuánto la padecemos también los padres y los
niños.
Dejar atrás el verano, el tiempo libre, los “no horarios”,
el desorden necesario de la “no rutina” para reconducirnos hacia el camino de
la “normalidad” es una ardua tarea.
Se me viene a la cabeza la palabra adaptación, creo que
juntos y separados niños y adultos (maestros, padres, abuelos, canguros,
etcétera) en las horas del día debemos aprender nuevamente cuáles, cómo, dónde y
por qué se desarrollan nuestros roles para hacernos más personas.
Cada tarrito ha de volver a acomodarse, cada actividad a
su hora, cada cosa en su sitio, aunque todo esto conlleva una evolución.
El calor, el frío, la sequía, la lluvia, el alivio, el
llanto, la alegría y el dolor parecen mezclarse en un contradictorio cóctel de
emociones y razones que debemos resolver.
“No quiero que te vayas”, “No quiero que te quedes así”,
“Necesito mis horas”, “Me voy a trabajar”, “Respira hondo, aunque con el
corazón exprimido”, “Mama, mamá, mami”, “Papa, papá, papi”, “¡Qué bien, ya está
aquí!”…
Cuántas de estas frases dichas o entredichas, pensadas o
sentidas, en silencio o a gritos tejen estos días el telón de este escenario.
Como mamá se me ha ocurrido escribir algo que quizás ahora
no comprendan mis hijas pero que se los regalo para cuando sí puedan hacerlo:
Hijas mías,
No hay alegría más grande que verlas sonreír pero también que
lo aprendan a hacer sin mí y por sí mismas. No hay llanto más doloroso que en
aquel en el que no puedo estar, pero nunca tan necesario. No hay aprendizaje
más importante que el que cada una en su propio camino pueda desarrollar. No
andaré vuestros pasos, sino los míos; las esperaré, me esperarán; las dejaré volar
y me dejarán volar para juntas volver a encontrarnos, disfrutarnos y crecer
bajo la autonomía del amor.
¡Las quiere infinitamente!
Mamá
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