España parece nunca llegar a acuerdos en un escenario
diverso política y socialmente hablando.
Cómo se lee la realidad, me he preguntado esta mañana
cuando informan que el paro ha bajado del 20 % después de haber estado casi en 27 % en 2008, pero con un crecimiento de los contratos temporales en
reemplazo de los indefinidos y en un ámbito tan inestable como el de servicios.
Me pregunto cuánta gente está haciendo lo que le gusta,
trabajando de lo que ha estudiado, amando su profesión sin tantas presiones, no
sintiéndose un privilegiado por tener un trabajo cuando debería ser algo
natural, buscando una salida laboral inmediata porque no queda otra, dejando de
lado la conciliación familiar y profesional en quién sabe que asignatura
pendiente de la sociedad actual.
Hace ya casi un año que España está a la deriva para
definir un presidente que conduzca al país. Y en una mesa plural y en teoría
democrática se han disputado sin cesar el lugar del anfitrión.
¡Qué ironía! En un contexto en el que los comunitarios y
mucho menos los considerados extranjeros (llámense originarios de los países
que están fuera de la Unión Europea) no pueden votar ni elegir a sus
representantes y en mi condición de comunitaria he seguido los pasos y las contradicciones
de los postulantes al gobierno como una especie de obra de teatro que ha dado
mucho más de sí de lo imaginado.
En un principio de este camino, allá por diciembre de
2015, que las aguas se hubieran diversificado y existan más voces que las de
los populares y socialistas me pareció un signo de madurez, porque habría más
opciones para escoger, porque no se polarizarían las posturas y porque en
nombre del diálogo y los acuerdos se crecería indefectiblemente. Aunque queda
mucho por crecer aún.
Ayer en el pleno del Congreso de los Diputados me quedó
claro que más allá de haber tenido que concretar quién estará sentado en la
silla del presidente de los españoles los próximos cuatro años, en el fondo
nadie está conforme y muchísimo menos el pueblo mareado y desilusionado de
tanto manoseo político.
Se evitaron unas terceras elecciones y la situación de
acefalía llegó al límite por eso se ha resuelto así: Mariano Rajoy del Partido
Popular será el presidente de los españoles por los próximos cuatro años. Pero
porque antes en este proceso no hubo una mirada global, conjunta, con
intenciones compartidas, por el bien común, democrática. Sino un conjunto de
individualidades mirándose el ombligo y sus propias contradicciones internas de
partidos e ideologías desdibujadas.
Qué diferente hubiera sido que la inteligencia primara
como estrategia. Quién está a la izquierda, a la derecha o al centro de qué
ideal ya no es trascendente porque los equipos-partidos se partieron y
repartieron sus convicciones como caramelos llegando a los más improcedentes
comportamientos.
Los populares tenían su carta de mayoría parcial y el
silencio aparente ante los enfrentamientos de los adversarios fue el acento de
su fuerza. Los socialistas tuvieron en su mano la posibilidad de cambio pero no
supieron capitalizarla porque no era una cuestión de oposición irracional sino
de coherencia y cohesión democrática para unirse con quienes tenían alguna
afinidad política para poder gobernar. El grupo de Podemos como tercera fuerza logró
en muy poco tiempo cautivar un electorado que no los conocía pero que al
transcurrir los meses ha visto sus límites en los extremos y sus fisuras
internas. Ciudadanos ha sido consiente de su minoría teniendo una actitud
favorable al pacto pero sin importarle con quién mientras lograra un espacio de
gobierno. PNV, Coalición Canaria, Esquerra Republicana, entre otros, han mirado
el ombligo de su propia región peleando por sus intereses más próximos.
Todos se han abstenido de la política del pueblo que elige
a sus representantes para que breguen por su bien común, todos se han llevado
por delante la concepción de la verdadera democracia que alude a una forma de
gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos, la
soberanía del pueblo, una sociedad que practica la igualdad de derechos
individuales con independencia de etnias, sexos, credos religiosos, etcétera y
con la participación de todos los miembros de un grupo en la toma de
decisiones.
Pero la democracia madura aún está por llegar al Viejo
Mundo y ni hablar del Nuevo. El neoliberalismo ha tirado por tierra las bases
de libertad y tolerancia de la sociedad promulgada por la doctrina del
liberalismo, ha dictado para el mundo la frase de “lo individual y material te
hará feliz” y nos ha hecho creer a las personas que las culpas siempre están
fuera de nosotros.
En el siglo XXI somos tan o más responsables que en
la antigüedad de la realidad que tenemos, ya que en teoría contamos con más
herramientas para pensar sin dejar de lado nuestro cerebro, por supuesto.
Alimentemos entonces el pensamiento crítico, constructivo, la mirada global
pero sin perder nuestras particularidades, el sentimiento de empatía para
conservar los vínculos y la actitud conciliadora sin abandonar nuestras
posiciones. Y en nuestro pequeño o gran escenario de la vida demos el ejemplo
que las oportunidades llegarán solas.
A Catalunya l'única democràcia que necessitem és fer un referèndum, guanyar-lo i tenir un estat propi per millorar el futur dels nostres fills i el nostre. Visca Catalunya Lliure.
ResponderEliminarFerran Esquius i Rafat
En primer lloc, gràcies per llegir-me! Crec en una democràcia que permeta les consultes populars i també aquella que miri més enllà de les seves necessitats immediates. El futur és construeix dia a dia!
ResponderEliminarLa democracia madura, basada en la reflexión crítica, está ciertamente por llegar. Una recomendación inspiradora: la serie Borgen sobre la política danesa y las posibilidades de pactar...inimaginable aquí hoy por hoy!
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