viernes, 15 de enero de 2010

Ana de chocolate



Ana se levantó aquella mañana con la sensación de miedo que conlleva cualquier situación nueva. Empezar este año nuevo le traía cosquillas en la panza como cuando se subió por primera vez a una montaña rusa, cuando le dieron el primer beso en la boca o cuando acabó su último examen de la carrera. Era tan conciente de lo que iba sintiendo que a veces se enojaba con ella misma, deseando que las cosas le pasaran más desapercibida pero no lo lograba.
Ella sabía que diciembre era un mes de balances, mientras que enero un mes de planes y elecciones. Tenía planes pero no sabía si la vida le permitiría hacerlos realidad porque sabía que ella conducía el timón de su existencia pero que la realidad también condicionaba los caminos. ¿Cómo serían los caminos de este año? Le encantaba sentir que los meses venideros eran como páginas en blanco por escribir y que se sorprendería una y otra vez de lo que seguramente acontecería.
Ana estaba en revolución desde hacía algunos años y aún no había logrado ordenarse. A veces le parecía estar corriendo una carrera hacia la reinvención gastando mucha energía sin poder recuperar del todo la respiración tranquila. Aunque al galope de las circunstancias confiaba en sus capacidades y siempre continuaba luchando. Cada vez que bajaba una cuesta alta y difícil miraba hacia delante y creía que los sueños eran posibles.
Coleccionaba antiguas heridas cicatrizadas y otras tantas por cicatrizar, guardaba a su amor imposible en una cajita para poder hacer literatura cada vez que le apeteciera y jugaba con los vaivenes de su imaginación. Cuando escribía se tomaba pausas de conciencia y creía estar viviendo en su propio mundo. Esas licencias le pertenecían y nada ni nadie podían quitárselas.
Cuando estaba triste recordaba la primitiva sensación de estar a salvo en los brazos de su madre o la sonrisa de una amiga que la conocía con tan sólo escucharle la voz o se comía un trozo de chocolate que le calmara las ganas de llorar.
Aquella mañana mordió el chocolate como buscando encontrar la energía que le faltaba, rompiendo las reglas de la buena dieta que recomiendan comerse una fruta en ayunas, luego un yogur o una infusión. Saboreó cada partícula de cacao como un juego que seducía al día de hoy. Olió el aroma de azúcares y almendras para encontrarse con ese costado del placer que le ayudaba desde pequeña a enfrentar los retos. Acarició la textura blanda del chocolate derretido en sus labios y quiso subir a la montaña rusa, besar a la vida, acabar de dar examen y dejar al miedo guardado en una cajita.

1 comentario:

  1. Me encantó!!! me sentí muy identificada con Ana. Siempre me deleito con tus escritos. Un beso, YO.-

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