miércoles, 4 de mayo de 2011

Muerte de Osama Bin Laden

A punto de traer una hija al mundo aún me revela más la alegría generalizada por el asesinato de un mortal que nadie, a mi modo de ver, tenía derecho a decidir. Más allá de todas las atrocidades cometidas continúo defendiendo la vida y no creo que la muerte de Osama Bin Laden redima el dolor, calme el sufrimiento de las víctimas y sus familias o solucione el conflicto político-religioso-social del fundamentalismo en el mundo. Al contrario, el clima social es todavía más conflictivo: las alertas por posibles atentados han aumentado en varios países, el controvertido escenario en muchos de los países árabes no se ha mitigado y las consecuencias no se saben hasta qué límites se extenderán. Pero más allá de adentrarme en lo que nos muestran como argumentaciones oficiales y “válidas” para justificar la muerte del líder de Al-Qaeda, me niego a aceptar que “el fin justifica los medios” o que “muerto el perro se acabó la rabia”.
La vida es una oportunidad y no tenemos derecho a quitársela a nadie porque sino estamos jugando con las mismas armas que rechazamos, vengándonos de los mismos motivos que aborrecemos, pagando con la misma moneda lo que nos parece inadmisible.
Matar a alguien no es una actitud inteligente, no es un signo distintivo de lo humano, no nos aportará serenidad. Nos han vendido una vez más un guión hollywoodense, mostrándonos el show que EEUU preparó para el resto del mundo: íconos de helicópteros sobrevolando una casa en Pakistán, cinco personas, entre ellas una mujer aparentemente con una relación conyugal con el principal enemigo, no iban armados y sus cuerpos fueron tirados al mar después de un ritual islamista. No nos enseñan imágenes reales porque desmitificarían tal hazaña, le restaría ese valor fundamental de efecto virtual e imaginario que tienen las películas, aunque sí publican las fotografías de la cúpula del gobierno norteamericano reflejando la preocupación y niveles de stress vividos durante la Operación Jerónimo para que no olvidemos que ellos son los mentores reales de este espectacular escenario mediático.
Alegrándonos, festejando, manifestándonos a favor o justificando los motivos de la muerte compramos el guión que nos vendieron, olvidamos los valores de la vida y una vez más no dejamos espacio para la reflexión.