miércoles, 31 de marzo de 2010

La vendedora de ideas


Día libre. Hoy el sofá es su mejor refugio. En realidad su mejor refugio es su imaginación. Ana ha aprendido a revelarse contra la angustia pensando, resistiendo a la sinrazón siendo conciente, jugando partidas con el sentido común y la inteligencia, ganándole a la incoherencia varias carreras de sensatez. Pensar no tiene barreras y nadie nunca podrá saber lo que ella descubre en cada paso de la vida. Así consigue sentirse libre: moviéndose, amándose, reinventándose. Ana se ha transformado en una vendedora de ideas.
Cuando se levanta por las mañanas busca la energía en ese rincón de la cama que le promete que seguirá allí cuando ella vuelva de regreso a su casa. Se viste de prisa poniéndose el uniforme que la hace igual a todos sus compañeros, pero sabiendo que su piel sólo le pertenece a ella. Zumo de naranja, barrita de cereales, yogur, queso y la auto-promesa casi reiterativa al tomar el sorbo de té que hoy no se pondrá nerviosa. Mientras está en el metro lee tres líneas de su libro de “La Buena vida” que le recuerda que puede evadirse de las obligaciones aunque sea por veinte minutos. Llega a su trabajo corriendo y se sumerge en los pasillos de un submundo verdoso hospitalario y laberíntico hasta llegar a su taquilla 384. Vuela para guardar su chaqueta y en un chasquido de dedos sube al mundo fantástico del gran almacén por las escaleras elevadoras de estima cuando una voz seductora da los buenos días a los clientes y los invita a pasear por el paraíso. Ana abre la caja, cuenta los billetes que no le pertenecen pero que le dan la tranquilidad de que sigan allí cuadrando las cuentas. Plumerea el polvo, dobla, recoge, ordena milimétricamente las perchas para sentir que cada cosa está en su lugar menos su cabeza. Rápidas, seguras y efectivas mueve sus manos y sus piernas para actuar en ese escenario su mejor papel. Habla de prendas y posturas, combina texturas y argumenta con palabras bien dichas lo que otros quieren escuchar. Ana desafía otros lenguajes, genera preguntas y entre sedas y algodones construye mundos inigualables. Charla con los colores y las telas, imagina eventos e inventa personalidades infinitas. Con la chaqueta dorada Kate irá a la boda de su hijo Ryan. Con la faldilla negra y la blusa de cebra Roser impactará a su amante en el hotel aquella noche. Con la camisa crema Ornella le pedirá a su marido que le pague la operación de tetas, mientras Ana aprende que el punto no es sólo un punto y aparte y que la primavera además de flores hace florecer ilusiones de juventud que se compran con una billetera. Ella recicla ese mundo cocinando historias para no perder el hilo de la suya y cuando vuelve a casa necesita aire puro, crema hidratante y el balsámico amor que todo lo puede para enfrentar una noche adulta y al otro día volver a empezar.