sábado, 27 de agosto de 2016

Valiente


El tiempo parece tejer las palabras: hay quien se le aparece la muerte pero a Ana siempre la vida, la elije resistiendo la ausencia y en el camino una pequeñísima hormiga lleva una pesada hoja en sus hombros y la descarga para viajar ligera, libre, dolorida aunque entera prefiere la acción, se pone de pie y mira hacia adelante; esa, su revolución.
Ana ha amanecido de color azul, triste y peleona, desafiando al cielo como cuando intenta luchar con los recuerdos. Mira los ojos de sus hijas, acaricia su piel, las observa reír y las abraza fuertemente para nunca soltarlas. Ahí está la vida, el presente, la verdad y no lo olvida. Las lágrimas brotan para lavarla, a veces necesita llorar viejos llantos de niña para encontrarse con ella y sentirse protegida.
Ana ha inventado estrategias para calmar a su corazón: se cuelga el colgante de su madre, aquel negro de onix que tanto le gusta y saborea en su boca un té supremamente dulce que su padre le preparó alguna mañana para despertarla. Ama que sus hijas entrelacen las piedritas entre sus dedos y jueguen a hacerle un té con galletitas.
Cuánto ha crecido, ha cruzado los puentes y las mareas y el viento ha dejado una brisa serena para mecerla despacio cuando ella lo desea.
Ana no precisa bajar estrellas porque ellas están en su alma brillando en cada estela e imaginando volar alto para alcanzar el momento, en silencio, lo que queda. Allí como equipaje de mano, como esencia, sin que se pierda está su historia escrita en las páginas de la tierra.
Abrirá sus manos, sonarán las campanas y se mezclarán los colores de la felicidad plena, así en un instante para guardarse los detalles, el frágil perfume, la valiente pelea.