lunes, 4 de abril de 2011

Carla y Lucía


Mis días y mis noches tienen el nombre de Lucía. Mi madre me dijo una vez que desde el mismo momento de concebir la palabra hijo o hija, esa sería una unión que me acompañaría hasta el final de mi vida.
A los 7 meses y medio de embarazo la vigilia y el sueño se alteran para producir incansablemente y hasta el cansancio extremo -valga la contradicción- las mejores sensaciones de estar viva. Una fina luz de linterna en la barriga, una caricia, una melodía, una postura, un sabor, una voz, un ruido despierta los movimientos de Lucía que tejen la satisfacción o el descontento y que la naturaleza me permite sorprendentemente interpretar y trasmitir.
Las embarazadas inspiramos ternura porque somos portadoras de la sensibilidad en su máxima expresión y no es algo que hayamos elegido, sino que hemos sido elegidas por la naturaleza y he aquí lo maravilloso. Creo en los vínculos con la vida cuando nos estremecemos por una luna llena, cuando una sonrisa puede más que cualquier enojo, cuando un color nos da buena energía, cuando un té nos trae el equilibrio del momento, cuando una película nos deja un mensaje, cuando una canción nos hace disfrutar. Por eso, creo en esta etapa de la gestación en la que nos preparamos madres y padres para caminar juntos por un sendero hasta este instante desconocido donde nos conectamos con el principio de las cosas.
Qué fuerte es pensar que hasta hace muy poquito atrás mi manera de pensarme era como único individuo que elegía relacionarse con el resto de seres y así con el mundo y ahora me he convertido en 1 + 1, en una Carla y una Lucía juntas, en una Carla, casa de Lucía, en una Lucía, huésped de Carla, en una madre y una hija.
Siempre me ha parecido que las experiencias nos dan sabiduría y me alegro por estar viviendo ésta que ya me ha aportado y me aportará nuevos aprendizajes para continuar caminando.